jueves, marzo 08, 2007

2 de julio, la historia sin mitos / Raúl Trejo Delarbre

La confusión y el embuste se encuentran en las antípodas de la deliberación racional. La antidemocracia se nutre de mitos. Su contraparte, se asienta en los hechos. La contribución principal de Carlos Tello Díaz al esclarecimiento de las recientes elecciones no consiste en recordarnos que Andrés Manuel López Obrador es un mentiroso. Eso ya lo sabíamos. El mérito notable en 2 de julio, un libro que ha sido menos leído que discutido, se encuentra en la reconstrucción de ese día y, especialmente, de los datos acerca de la votación que iban ofreciendo las encuestas a la salida de las casillas y más tarde los conteos rápidos.
Más que revelaciones, el libro de Tello Díaz ofrece documentadas constataciones. Ya se conocía que durante todo ese domingo las casas encuestadoras registraron los vaivenes de una elección en donde los dos principales candidatos a la presidencia se alternaban en la delantera. Ya se sabía que, conforme fueron cerrando, de las casillas de votación llegaron datos que confirmaban lo muy disputada que estuvo la elección.
La contribución de ese libro al conocimiento de tales hechos radica en presentar, hora tras hora y aderezada con una sabrosa crónica de sus personajes principales y sus circunstancias, las cifras que surgían en el transcurso de la jornada electoral. Y de manera específica el dato político e informativo, pero también histórico y moral, es la comprobación de que el candidato presidencial de la Coalición Por el Bien de Todos supo, desde la noche del 2 de julio, que no había ganado la elección.
El episodio de ese libro que más ha sido comentado muestra a López Obrador haciendo, en privado, un reconocimiento abierto a la derrota que acababa de sufrir. La ausencia de fuentes expresas para documentar ese momento ha sido tomada como debilidad en la investigación de Tello Díaz. Sin embargo 2 de julio es mucho más que ese incidente, de la misma manera que la elección presidencial tuvo una complejidad que supera, con mucho, los arrebatos y las falsedades del candidato de la Coalición.
La ventaja que acarreaba desde más de un año antes de la elección, la debilidad inicial del candidato presidencial del PAN y la actitud de no pocos medios de comunicación en donde ya fuese para encomiarlo o para denostarlo se le trataba como seguro ganador, contribuyeron a crear una falsa pero extendida percepción acerca de las posibilidades de triunfo de López Obrador. Tanto en segmentos importantes de la sociedad mexicana como en la clase política y mediática, durante la primera mitad de 2006 se fue extendiendo la certeza de que el vencedor sería el candidato del PRD.
Para algunos, partidarios de López Obrador, aquella era una ilusión que tenía algo de voluntarismo pero que se afianzaba en datos como los que ofrecían las encuestas durante los primeros meses del año. Para otros, simplemente se trataba de una lectura resignada pero desactualizada. Ni unos, ni otros, estuvieron suficientemente dispuestos a entender las variaciones en las preferencias políticas de los ciudadanos.
Hasta el mes de marzo López Obrador mantenía varios puntos de ventaja. Pero en abril todas las encuestas conocidas registraron un avance importante en las preferencias de voto por Felipe Calderón. Eso podía advertirlo cualquier lector de periódicos. Al hacer un promedio de los datos de cinco encuestas (Consulta, GEA-ISA, El Universal, Reforma y Parametría) en marzo se podía observar que la intención de voto por López Obrador era de 39 puntos y por Calderón de 31.8. Pero al siguiente mes esa situación cambió: el candidato de la Coalición tenía 34.2% y el panista 36.6% de las intenciones de voto y descontando a los ciudadanos todavía indecisos. Calderón siguió adelante todo mayo y en junio los dos candidatos iban empatados.
Al terminar junio cuatro de dichas encuestas, consultadas por el autor de esta columna, indicaban que la intención de voto le favorecía a López Obrador por diferencias que en la mayor parte de los casos eran inferiores al margen de error. En otra más se advertía una ventaja, pero también pequeña, del candidato del PAN. En otras palabras, estábamos ante un empate. Quienquiera que ganase las elecciones lo haría por una diferencia de votos muy pequeña.
Para entonces López Obrador en público despotricaba contra las encuestas pero, en privado, se enteraba de ellas. La que encargaba a la firma Covarrubias a comienzos de mayo le informó —según sabemos ahora gracias al libro de Tello Díaz— que, sin reasignar indecisos, él tenía 29% de preferencias de voto frente a 34% de Calderón. Y aunque un día sí y otro también mandaba al diablo a las encuestas, sabía que la competencia estaba muy cerrada.
El 2 de julio la misma casa encuestadora le informó a López Obrador que, a las 11 de la noche, su conteo rápido —realizado con datos ya computados en casillas electorales— revelaba que iban empatados con 36% cada uno. Y una hora más tarde, en ese conteo, el candidato del PAN tenía una delantera de un punto.
A pesar de esos datos López Obrador proclamó que él había ganado la elección. Lo de menos es si admitió o no delante de sus allegados que en realidad había perdido. El libro de Tello Díaz demuestra que ese candidato dispuso de información oportuna y suficiente que le permitió saber que, en una elección muy reñida, él quedaba en segundo sitio. Además de encuestas como la de Covarrubias, López Obrador se enteró de la información que surgía del centro de cómputo que había instalado Televisa porque durante la tarde había enviado allí a uno de sus hijos.
Los datos de la elección no sustentaban la rabieta de López Obrador y mucho menos la mascarada que protagonizó en los siguientes meses. Muchos ciudadanos quisieron creerle y lo acompañaron por un trecho en esa ruta de colisión consigo mismo y con los principios democráticos más elementales. Pero también resulta sorprendente el encandilamiento de no pocos funcionarios, dirigentes y analistas que durante varios meses, antes de las elecciones, estuvieron inamoviblemente convencidos de que éste sería el vencedor aunque las encuestas mostraban que la elección estaría muy competida.
Peor aún fue la postura de quienes, después del 2 de julio, apostaron a la anulación de las elecciones con el propósito de que se formara un gobierno interino. Cuando después de las elecciones leímos acerca de esa posibilidad creímos que se trataba de un desvarío sensacionalista en algunas columnas de infidencias políticas. Ahora que el libro de Tello Díaz ofrece nombres y presuntos beneficiarios de aquella maniobra, que no ha sido desmentida y en la que habrían participado algunos importantísimos funcionarios universitarios, tenemos que reconocer que la ofuscación y la inescrupulosidad en la vida pública mexicana se han extendido mucho más de lo que hubiéramos pensado. El libro de Carlos Tello Díaz ayuda a despejar mitos y brumas que han dificultado la evaluación del 2 de julio pero también revela improvisaciones y pobrezas de nuestras elites políticas.

ALACENA: Despenalización a medias
La despenalización de los delitos de prensa —calumnias, injurias, difamación— para que su sanción sea exclusivamente pecuniaria es buena noticia. Lamentablemente a los senadores —y antes a los diputados, que el año pasado aprobaron esa reforma al Código Penal— se les olvidó que en la Ley de Imprenta se mantienen condenas de prisión para los periodistas que incurran en “ataques a la vida privada” —cárcel de 8 días a 6 meses—, injurias “que causen afrenta ante la opinión pública” –6 meses a 2 años– y “ataques a la moral” –arresto de hasta 11 meses–. El próximo 9 de abril la Ley de Imprenta cumplirá 90 años.

trejoraul@gmail.com
Blog:http://sociedad.wordpress.com

No hay comentarios.: